jueves, 15 de septiembre de 2011

Gigantes del Mesozoico

A finales del Paleozoico, los reptiles reemplazaron a los anfibios convirtiéndose, durante el Mesozoico, en la especie terrestre dominante. Fueron varias las ventajas evolutivas de éstos sobre sus antecesores, entre las que se encontró la eficiente adaptación al medio terrestre desde el punto de vista del desplazamiento. Esta ventaja evolutiva incluyó cambios en la forma de los dedos, la incorporación de un quinto de la forma de un pulgar y la aparición de garras. En algunos casos, el cuerpo de algunos reptiles se alargó, permitiéndoles mayor aerodinámica en el desplazamiento, siempre ayudado por su cola, que les permitió mantenerse en equilibrio. Otro ejemplo de ventaja evolutiva residió en la adquisición de escamas capaces de retener fluidos corporales, un mecanismo de retención más eficiente que el de los anfibios, con una piel permeable que se secaba si permanecía sin contacto con un medio líquido durante un corto periodo de tiempo. Esta ventaja permitió a los reptiles la nidificación en el medio terrestre mediante un mecanismo derivado: la puesta de huevos, que permitía al reptil mantener a sus futuras crías en cascarones duros e impermeables en tierra firme con la posterior defensa de éstos, lo que supuso un éxito de supervivencia frente al mecanismo de reproducción acuático de los anfibios.

En este contexto de dominio, junto con unas condiciones ligadas a la existencia de un clima cálido en el Mesozoico que facilitó el nacimiento de una vegetación abundante y muy apetecible para los reptiles que necesitaban retener su calor corporal mediante la ingesta de éstos, surgieron los dinosaurios. Hay innumerables razones para adquirir un gran tamaño como el que alcanzaron algunos dinosaurios, como la de dominar a otros animales (los grandes carnívoros tuvieron que crecer para adaptarse a las condiciones de caza de un gran herbívoro). Los reptiles son capaces de crecer ilimitadamente durante su eterna juventud (si la comparamos con el ciclo de vida de un mamífero) hasta que una enfermedad o un fenómeno natural acaba con ellos. Este proceso de extrema lentitud se ha observado en los dragones de Komodo, cuyo tamaño ha alcanzado grandes dimensiones y un peso de más de 150 kilos, permitiéndoles alimentarse incluso de otros mamíferos como monos, cerdos o ciervos. En el caso de los dinosaurios, las condiciones eran idóneas para su progresivo crecimiento.

Aparentemente, estos grandes reptiles, como los que podemos encontrar en desiertos o selvas, eran de sangre fría, lo que teóricamente les permitía necesitar una décima parte del alimento que suele necesitar actualmente los mamíferos, ya que su metabolismo les concedía satisfacer necesidades tan básicas como su desplazamiento. Sin embargo, la actividad mostrada por éstos en icnitas halladas en todo el mundo sugiere que dichas habilidades requerían de un gran y rápido metabolismo (en especial, en dinosaurios de gran tamaño) lo que tiende a sospechar, cada vez con más convencimiento, de que se trataban de animales de sangre caliente.

Otra de las curiosas características de los dinosaurios está referida a su comportamiento social. Los descubrimientos de grandes colonias de nidificación y de yacimientos de huellas con múltiples pistas indican la formación durante este período de grandes manadas, deduciendo un comportamiento similar al de algunas especies actuales en cuanto a su congregación para nidificar y para la estación de apareamiento se refiere. En 1941, Roland T. Bird, paleontólogo norteamericano, fue el primer investigador en descubrir, a partir de un yacimiento de 12 pistas de saurópodos orientados en la misma dirección, el paso de una manada. Además, el descubrimiento del yacimiento de Davenport Ranch dio evidencias de un paso de manada de al menos 23 brontosaurios. El criterio que fue empleado para la verificación del paso de manada fue la profundidad de la huella (con una profundidad semejante, se deduce que el sedimento reunía las mismas condiciones y características físicas cuando los animales pasaron por allí) y el espacio “interpista”, es decir, el número de rastros paralelos y subparalelos mostrando patrones muy regulares de espacio entre ellos. Esta evidencia muestra claramente el carácter gregario de los dinosaurios. Uno de los mejores ejemplos lo proporcionó Phil Currie, paleontólogo canadiense, a partir de un yacimiento de icnitas del Cretácico en el oeste de Canadá, donde halló restos de un rebaño alrededor de una docena de ornitópodos semejantes al Iguanodon, todos ellos caminando aproximadamente a una distancia de 2 metros entre individuos. En un lugar posterior, 5 de aquellas pistas cambiaron bruscamente de dirección hacia la derecha antes de continuar con el curso precedente. Esto parece inducir que los animales caminaban en un amplio espacio, y cuando uno de ellos comenzó a apartarse de la línea, otros tuvieron que doblar al unísono para impedir su colisión.

Las icnitas de dinosaurios pueden revelar su comportamiento social.

A partir de este patrón, es interesante especular sobre la estructura de la manada (siguiendo un amplio frente, en formación de punta de lanza, etc.), plenamente condicionada por el tamaño de los individuos, sus características de desplazamiento, el contexto del área recorrida o la existencia de crías en la manada. Este último factor fue revelado en 1968 por Robert Bakker, paleontólogo norteamericano, en Davenport Ranch a partir de pruebas que indicaban formaciones lineales de grandes brontosaurios en los flancos de la manada, lo que se deduce la existencia de crías en el centro de ésta a resguardo de los depredadores.

Quizá una de las características clave en la evolución de los dinosaurios está referida a su segmentación conforme a sus necesidades biológicas. Esta evidencia evolutiva diversificó de manera espectacular el reino dominante de los grandes reptiles. Muchos de los primeros dinosaurios pequeños se mantenían sobre sus patas traseras y fueron los primeros en conseguir una posición bípeda estable, aumentando así su velocidad y agilidad, quedando libre sus dos patas anteriores para la realización de otros menesteres. Esta mejora condicionó todo su peso a sus patas traseras, mientras que una larga cola equilibraba la parte anterior de su cuerpo (con un desplazamiento muy similar al de las aves). Debido al aumento de tamaño y de peso por las condiciones citadas anteriormente, algunos de ellos tuvieron que regresar a una postura cuadrúpeda, mientras otros conservaron su posición bípeda y cargaron su peso sobre sus perfeccionadas y poderosas patas traseras, dando lugar a una doble vertiente (u órdenes para su clasificación científica) de dinosaurios: los Ornithischia, con una pelvis similar al de las aves, y los Saurischia, con una pelvis reptiliana.

Dentro del subgrupo de los Ornithischia, se encuentra, posiblemente, el mayor depredador terrestre de la historia de nuestro planeta: el Tyrannosaurus Rex (T-Rex), única especie del género Tyrannosaurus. Este animal vivió durante el periodo Cretácico (aproximadamente hace 65 o 67 millones de años) ocupando grandes extensiones geográficas de la actual Norteamérica. Los fósiles encontrados en condiciones aceptables evidencian que este gran lagarto tuvo una longitud de aproximadamente 13 metros, una altura de 6 metros, un peso de 6 a 8 toneladas y una mandíbula de 1,4 metros con una potencia mordedora de 4 toneladas, características que le convirtieron en una especie de mayor intimidación que otras especies de mayor altura (Spinosaurus aegyptiacus o Giganotosaurus carolinii), pero de menores aptitudes de depredador nato.

Recreación de un T-Rex.

Sin embargo, este dinosaurio guarda cierta controversia entre los miembros de la comunidad científica sobre su modo de caza y sus características de animal carroñero. Los miembros que sostienen que el T-Rex se trató esencialmente de un lagarto carroñero basan sus conjeturas en su agilidad como depredador. Con una velocidad estimada de aproximadamente 28 kilómetros/hora debido a unas características morfológicas desproporcionadas de largo femoral respecto al largo tibio-fibular, el T-Rex no alcanzaba suficiente velocidad para alcanzar a presas más ágiles, lo que le imposibilitaba su labor de gran cazador, además de poseer una estructura dental ovalada y resistente adaptada para cortar y desgarrar carne y un lóbulo olfatorio de gran precisión. Prueba de ello son las evidencias analizadas por un programa de análisis del movimiento animal realizado por Hutchinson y García, del Borg-Warner Automotive en Ithaca, Nueva York. El análisis revela que para alcanzar velocidades superiores a las estimadas actualmente (se estimó anteriormente una velocidad de 65 a 70 km/hora) el T-Rex tuvo que necesitar una masa corporal del 43% de su total en cada pierna como músculos de soporte.

Por el lado contrario, los defensores del T-Rex cazador basan sus conjeturas en la posesión del lagarto de una excelente visión binocular con una gran profundidad estereoscópica, no tan necesaria para los carroñeros, además de la progresiva evolución de su cráneo frente al retroceso de sus patas anteriores, de lo que se deduce que el T-Rex era capaz de derribar a sus víctimas de un gran cabezazo sin necesidad de usar las extremidades, posiblemente después de acechar a su víctima (la hipótesis del acecho parece la más aceptada del método de caza del T-Rex, especialmente, a presas de gran tamaño y de similar agilidad). Ante la evidencia de su velocidad, los defensores de esta corriente especifican además, la misma hipótesis de lentitud aplicada a la competencia directa con animales carroñeros de mayor velocidad por la carroña, fuente de energía teóricamente insuficiente para satisfacer un metabolismo de gran envergadura como el de T-Rex.

Sin embargo, este argumento sobre el metabolismo del T-Rex ha ayudado a acercar posturas sobre su comportamiento, ya que si es cierto que este gran saurio necesitaba grandes cantidades de carne para satisfacer su metabolismo energético, la hipótesis de un depredador oportunista que se aprovechaba de la carroña cuando tenía oportunidad y cazaba cuando surgía la necesidad podría tratarse de una aproximación aceptable, ya que las dos hipótesis anteriores, según una tercera corriente cada vez más aceptada, haría peligrar el equilibrio ecológico de las grandes extensiones que habitaba el T-Rex. No obstante, el debate sigue abierto y se trata de una de las controversias más longevas y emocionantes de la paleontología y del mundo científico.

2 comentarios:

  1. Una noticia relacionada:

    http://www.abc.es/20110915/ciencia/abci-plumas-dinosaurio-ambar-201109151814.html

    ResponderEliminar
  2. Las diferencias anatómicas entre los dinosaurios carnívoros "gigantes" nos pueden indicar, en parte, si eran carroñeros o si eran cazadores.

    El hecho de que haya una disminución en el número de dedos en las extremidades anteriores (brazos) entre el Dilophosaurio y el Ceratosaurio, que poseen cuatro dedos, el Allosaurio que tiene tres, y T.Rex solo dos. "Esta disminución en el número de dedos", se piensa es debido a los diferentes hábitos de proveerse el alimento. Se piensa que el Dilophosaurio (190 millones de años) era más carroñero que cazador, mientras que T. Rex (70 millones de años) es más un cazador, aunque cuando podía ser carroñero, seguro aprovecharía las oportunidades fáciles...

    Además (entre otras muchas características como también podrían ser los dientes, mandíbula, etc.), el cuello de estos Carnosaurios (Allosaurio, Dilophosaurio y Ceratosaurio) está echado hacia delante, en cambio que los Tiranosáuridos (como lo son el Tarbosaurio, y el Daspletosaurio), tienen el cuello en forma de "S" quizás para poder ver mejor, y lanzar grandes mordidas. Algunos esqueletos de Tiranosaurio muestran vértebras dorsales fundidas, lo que evidencia las grandes compresiones en la columna vertebral, en sus esfuerzos al morder, quizás cazando o mordiendo animales acorazados.

    El cráneo del Tiranosaurio es más compacto y macizó que el de los Carnosaurios, presenta también doble articulación en la mandíbula inferior, pero las mordidas serían más potentes. (Ya dicho).

    ResponderEliminar